El
grito venía de una chica parada justo en medio del autobús. Pude verle la
espalda al chico al que iba dirigida esta súplica, que se alejaba de ella sin
mirar atrás, con la puerta del autobús cerrándose entre ellos.
Pero
por ir pensando en el vuelo del papalote (como siempre) no me di cuenta de las
circunstancias que lo habían motivado. Y yo, que para eso me pinto sola, me
comencé a imaginar cuáles podían ser las causas de ese grito tan desgarrador.
La
chica era joven e iba muy arregladita, por lo que mi primera opción fue una
entrevista de trabajo:
-Las
cosas cada vez están peor –dijo él-, no podemos seguir llevando el tren de vida
al que estabas acostumbrada hasta ahora. Tendrás que buscar un trabajo o dejar
de gastar tanto dinero.
-Siempre
habías dicho que no me dejarías trabajar –dijo ella, renunciando a bajar ni un
palmo los gastos-.
-Pero
las cosas han cambiado.
-¿Me
estás diciendo que ahora me dejarás trabajar?, ¿es eso?
Él la
miró y pensó “tú misma”.
Las
puertas del autobús se abrieron y él salió, molesto por la conversación
mantenida, harto de tener que discutir siempre por lo mismo.
-¡No me
dejes! -gritó ella, mientras pensaba “¿qué dirán mis amigas cuando sepan que me
ha dejado trabajar?”-.
Bueno,
esa podría ser una opción. La chica llevaba en la mano una bolsa grande (se me
antojó que pudiera ser la de la compra), por lo que se me ocurrió que ella era
la encargada de la comida familiar:
-Los
melocotoneros de la huerta de mis padres están a tope –dijo él-, ¿te has
terminado los que te di la semana pasada?
-Sí
–respondió ella. Harta estoy de tener que darle melocotones a todos, de hacer
tarta de melocotón, ensalada de melocotón, melocotones en almíbar, pollo al
melocotón… ya no sé qué hacer con ellos, al final voy a terminar odiándolos-.
-Esta
tarde tengo que ir otra vez, cuando vuelva paso a dejarte unas cajas.
-¡No
me dejes! –gritó ella, preocupada por qué iba a hacer con tanto melocotón-.
Pero
él ya se había alejado del autobús.
¿Qué
voy a hacer ahora? –pensó-, ¿a quién le voy a dar tanto melocotón?
Era
consciente de que no era ético tirarlos a la basura.
¡Wow!
–pensé-, cuántas posibilidades.
-Creo
que la ha dejado su novio -me dijo la señora que estaba mi lado sentaba en el
autobús-.
¡Bah!
–pensé-, qué poca imaginación tiene, señora.
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