miércoles, 31 de octubre de 2012

No me dejes



El grito venía de una chica parada justo en medio del autobús. Pude verle la espalda al chico al que iba dirigida esta súplica, que se alejaba de ella sin mirar atrás, con la puerta del autobús cerrándose entre ellos.
Pero por ir pensando en el vuelo del papalote (como siempre) no me di cuenta de las circunstancias que lo habían motivado. Y yo, que para eso me pinto sola, me comencé a imaginar cuáles podían ser las causas de ese grito tan desgarrador.
La chica era joven e iba muy arregladita, por lo que mi primera opción fue una entrevista de trabajo:
-Las cosas cada vez están peor –dijo él-, no podemos seguir llevando el tren de vida al que estabas acostumbrada hasta ahora. Tendrás que buscar un trabajo o dejar de gastar tanto dinero.
-Siempre habías dicho que no me dejarías trabajar –dijo ella, renunciando a bajar ni un palmo los gastos-.
-Pero las cosas han cambiado.
-¿Me estás diciendo que ahora me dejarás trabajar?, ¿es eso?
Él la miró y pensó “tú misma”.
Las puertas del autobús se abrieron y él salió, molesto por la conversación mantenida, harto de tener que discutir siempre por lo mismo.
-¡No me dejes! -gritó ella, mientras pensaba “¿qué dirán mis amigas cuando sepan que me ha dejado trabajar?”-.
Bueno, esa podría ser una opción. La chica llevaba en la mano una bolsa grande (se me antojó que pudiera ser la de la compra), por lo que se me ocurrió que ella era la encargada de la comida familiar:
-Los melocotoneros de la huerta de mis padres están a tope –dijo él-, ¿te has terminado los que te di la semana pasada?
-Sí –respondió ella. Harta estoy de tener que darle melocotones a todos, de hacer tarta de melocotón, ensalada de melocotón, melocotones en almíbar, pollo al melocotón… ya no sé qué hacer con ellos, al final voy a terminar odiándolos-.
-Esta tarde tengo que ir otra vez, cuando vuelva paso a dejarte unas cajas.
-¡No me dejes! –gritó ella, preocupada por qué iba a hacer con tanto melocotón-.
Pero él ya se había alejado del autobús.
¿Qué voy a hacer ahora? –pensó-, ¿a quién le voy a dar tanto melocotón? 
Era consciente de que no era ético tirarlos a la basura.
¡Wow! –pensé-, cuántas posibilidades.
-Creo que la ha dejado su novio -me dijo la señora que estaba mi lado sentaba en el autobús-.
¡Bah! –pensé-, qué poca imaginación tiene, señora.

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